Algunas veces (la mayoría de las veces), me gustaría tener una varita mágica y poder retroceder el tiempo, volver a ser la niñita de ojos grande y trenzas largas que salía a pasear en bicicleta durante las tardes. Visitar a mi abuelita los días domingos y comer las galletitas que siempre tenía para mí. Pasear con ella bajo un paraguas mientras la lluvia caía copiosamente. Atravesar media ciudad a pie, tomadas de la mano y cargar en la otra un ramillete de flores, para visitar a mi abuelo que no alcancé a conocer porque la vida me lo arrebató 4 meses antes de nacer. Subirme a mi árbol favorito y pasar horas y horas sentada en la copa, mirando la gente pasar y reírme silenciosamente mientras mi madre me buscaba desesperada. Jugar con mis amigos en la arena frente a mi casa, arena que se me colaba hasta en el ombligo (y en otras partes más).
Extraño tantas cosas, los momentos de niñez, cuando no tenía que preocuparme de nada más que no sea estudiar y solo dedicarme a ser feliz. Añoro a algunos de mis ex amigos de esos tiempos, amigos con los que podías pasar horas en su compañía en silencio, tumbados en el pasto húmedo mirando las nubes y las formas que ellas nos ofrecían.
Recuerdos que viven en mi memoria y que atesoro en lo más profundo de mi ser. Mi infancia.
Extraño tantas cosas, los momentos de niñez, cuando no tenía que preocuparme de nada más que no sea estudiar y solo dedicarme a ser feliz. Añoro a algunos de mis ex amigos de esos tiempos, amigos con los que podías pasar horas en su compañía en silencio, tumbados en el pasto húmedo mirando las nubes y las formas que ellas nos ofrecían.
Recuerdos que viven en mi memoria y que atesoro en lo más profundo de mi ser. Mi infancia.